Hace poco vi “Diarios de motocicleta”. La película, basada en los diarios que escribió Ernesto Guevara durante el viaje que emprendió por América del Sur con su buen amigo Alberto Granado, nos muestra cómo Ernesto se convierte en el Ché. A lomos de una motocicleta, “La Poderosa”, logran recorrer todos los rincones de América Latina. La pobreza, la explotación, la injusticia y la desolación que Ernesto se encuentra por el camino le hacen tomar conciencia de la situación que vive Latinoamérica y decide actuar en aras de la igualdad, la dignidad humana y la libertad.


Cuando cumplía 24 años y como brindis pronunció:
“Creemos, y después de este viaje más firmemente que antes, que la división de América en nacionalidades inciertas e ilusorias es completamente ficticia. Constituimos una sola raza mestiza, que desde México hasta el estrecho de Magallanes presenta notables similitudes etnográficas. Por eso, tratando de quitarme toda carga de provincialismo exiguo, brindo por Perú y por América Unida.”


Los hispanohablantes formamos una gran nación. Nos une el idioma, la Historia. Así y todo, todavía quedan mentes anquilosadas en la Edad Media de los Reyes Católicos que quieren imponer la supremacía española frente a la latinoamericana.

Y digo yo: ¿quién no ha recitado nunca aquello de “Puedo escribir los versos más tristes esta noche (…)”del chileno Neruda?
¿Quién no ha cantado nunca alguna de las canciones de Andrés Calamaro o Juan Fernando Velasco? ¿Quién no ha movido nunca las caderas al son de Shakira? ¿Quién no ha se ha enganchado nunca a “El chavo del ocho”? ¿Quién no ha querido enchufarse un habano? ¿Quién no se ha quedado alguna vez perplejo al contemplar el Machu Picchu? ¿Quién no ha querido probar alguna vez el pabellón criollo venezolano?

Compartir lengua con países como Uruguay, Bolivia, Costa Rica, Paraguay, Honduras, El Salvador, Panamá, Nicaragua, la República Dominicana así como Guatemala hace grande nuestra cultura.

No obstante, el desprecio hacia el español, la adoración al ídolo anglosajón y la arrogancia de quien tiene el poder- en este caso el poder comercial y económico- nos pone de rodillas ante un Dios incierto: el inglés.

Yo, al igual que Argentina, diría: “el que no salta es un inglés”.



Hasta la victoria siempre.