Hacer arte con sus cuerdas. Empapar de belleza musical todo sistema auditivo que percibe sus vibraciones. Las astutas neuronas despiertan para escuchar el resurgir de sus cuerdas.

Vaga en el recuerdo, entre tantos instrumentos olvidados y músicos en edad de perecer. Se está perdiendo el hábito de la buena música. Expresar hasta el más oculto de los sentimientos modulando las ondas.

Resulta imposible borrar de las retinas de cualquier ser humano racional las magníficas escenas de arpa de Harpo Marx en las míticas comedias del trío estadounidense. Hacía el papel de un mudo distraído, pero cuando se sentaba delante de un arpa, transmitía lo que ningún actor podrá hacer con palabras.



Cada vez que escucho una de estas piezas me asola una pregunta: “¿Ya se ha acabado?” Podría seguir disfrutando de este bello arte un buen rato más.


Simplemente un arpa, un trozo de acera y un artista bastan para deleitarnos







Y como todo buen instrumento, luce igual solo que acompañado.


Desgraciadamente, el de arpista es un oficio en horas bajas, condenado a la extinción. Los genios no tienen sitio en el acelerado mundo de la globalización. No hay tiempo para detenerse y contemplar la sutileza con la que este instrumento nos embriaga del más dulce de los placeres.